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El día del padre.

Y llega el día del padre, y ella con su tinte tan 743, y el con su barriga tan redonda y puntiaguda de «cariño yo ya  lo he conseguido todo»; y todos se van al restaurante y celebran, porque es el día del padre, porque la madre era virgen y secundaria, usted ya sabe, que además si hubiera disfrutado ella y concebido, sería medio pecado, por mucho que el dios hubiera reído a carcajada y placer.

Los niños juegan en el jardín y bajo estrictas pautas de no molestar, porque la infancia molesta cuando uno es padre y tiene mucho que celebrar, y más si trabaja toda la semana, y llega a casa tan cansado que «cariño hazme algo de cenar y que no me atropellen mucho los niños». Y las niñas tan monas, y los niños tan monos que «míralo que bien que va y que gusto da de verlo», porque todo es tan perfecto cuando hay tanto que celebrar que parece que nada pueda interrumpir el orden divino, pero el dios era padre desde el cielo, y el hijo era tan bueno y listo «que no hace falta que baje yo a ver que tal le va».

Y el abuelo se duerme en una esquina, porque ya se cansó de ser padre, y de barriga tan redonda y madre tan madre, y tanto sacrificio porque «la vida tiene que ser así y no hay más vuelta de hoja, y yo por ti lo he dado todo». Pero a nadie le importa, porque él es ya abuelo, y esta que casi se va, y el padre ahora es padre y promotor de esas comidas tan familiares, pero tan poco comunicativas que yo casi que me voy con el Pepelu a tomarme un café irlandés y charlar.

Día del padre