La oveja negra

Se ofrece oveja negra a tiempo completo. Profesionalidad y discreción.

La vida es más fácil con una oveja negra, ya que siempre se tiene algo de que hablar, un juicio claramente negativo y tajante a ejercer. Con esa triste posibilidad de mejora, que a todos nos hace sentir tan humanos «ay, que pena que da la verdad, espero que encuentro su caminos y se rehaga».

Insisto, habrá profesionalidad, y en ningún momento usted verá que «igual me lo paso bien», o que «yo creo que en el fondo no está convencido de lo que hace»; nada de eso, usted podrá llegar a casa y decir cosas como: «la verdad que últimamente no estoy nada feliz en el trabajo, pero he estado hablando con el amigo este que te comenté, y que mal que está, me da pena, y…» y así podrá usted extenderse en una conversación de pena ajena, y las propias tan en el bolsillo y guardaditas y dobladas en la cartera, y esa sensación tan cristiana de hacer el bien encima del pecho, y la piedad por la calamidad conocida, que es la que interesa.

Usted no se preocupe, que naufragaré lo justo, no poco, pero tampoco con exageración de morir, y si algún día se siente aburrido, pues llama y me pregunta, y le cuento, con pelos y señales, los últimos disparates, y mis sesiones  de psicólogo que ya no sirven para nada, y mis amores rotos, y mis viajes por realizar, y el poco dinero que llevo en la cartera, y que aún no sé que hacer con mi vida. Y así, tan tranquilo en el sofá escuchando, y sintiéndose tan bien, y con frases tan de «así no puede ser» y «no vas a ningún lado, ¿no te estás dando cuenta?».

Y con el tiempo me invitas a cenar, y tu mujer o tu hombre me conocen, y se apiadan también con un «pobrecito» a punto de caerse siempre de los labios; y acabo siendo medio tío de los niños, porque una oveja negra siempre es divertida, y da solidez a la vida pobre de uno que parece así más de verdad «y con muchos más cimientos al lado de la de mi amigo fulanito».

Son todo ventajas, contráteme y verá, no se arrepentirá, y si se arrepiente le sentará muy bien, y su sistema de valores tan en buena forma, y usted tan tranquilo y sabio y bueno, y su pareja con esa sensación de cariño debajo de la almohada, donde podrá descansar, al fin, a pierna suelta.

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El día del padre.

Y llega el día del padre, y ella con su tinte tan 743, y el con su barriga tan redonda y puntiaguda de «cariño yo ya  lo he conseguido todo»; y todos se van al restaurante y celebran, porque es el día del padre, porque la madre era virgen y secundaria, usted ya sabe, que además si hubiera disfrutado ella y concebido, sería medio pecado, por mucho que el dios hubiera reído a carcajada y placer.

Los niños juegan en el jardín y bajo estrictas pautas de no molestar, porque la infancia molesta cuando uno es padre y tiene mucho que celebrar, y más si trabaja toda la semana, y llega a casa tan cansado que «cariño hazme algo de cenar y que no me atropellen mucho los niños». Y las niñas tan monas, y los niños tan monos que «míralo que bien que va y que gusto da de verlo», porque todo es tan perfecto cuando hay tanto que celebrar que parece que nada pueda interrumpir el orden divino, pero el dios era padre desde el cielo, y el hijo era tan bueno y listo «que no hace falta que baje yo a ver que tal le va».

Y el abuelo se duerme en una esquina, porque ya se cansó de ser padre, y de barriga tan redonda y madre tan madre, y tanto sacrificio porque «la vida tiene que ser así y no hay más vuelta de hoja, y yo por ti lo he dado todo». Pero a nadie le importa, porque él es ya abuelo, y esta que casi se va, y el padre ahora es padre y promotor de esas comidas tan familiares, pero tan poco comunicativas que yo casi que me voy con el Pepelu a tomarme un café irlandés y charlar.

Día del padre

Las veinticinco y pico.

Las veinticinco y pico es la hora en la que suelo tomar el té, justo después de que el sol me sea rotundo en la nuca. Me siento y miro el nosequé tan interesante de esta señora nueva que ahora escribe en mi diario, lo leo y lo releo; y la calma con la que la vida la pinta en las ventanas tan llenas de luz de abril.

Y luego esos ratos de taza vacía, donde me siento tan idiota sin té, que tengo que inventarme una tranquilidad de nubes y mar dónde dejarme caer.

A las veinticinco y pico todo está por ocurrir, es la mañana de todas las mañanas, y no hay Dios que lo justifique, ni mente altiva que se atreva a pronosticar, es el tobogán de todos los sucesos, la verdad de todas las vidas que me están por ocurrir, dónde yo aún me desconozco, y me pinto en las ventanas de otros.

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