Las veinticinco y pico.

Las veinticinco y pico es la hora en la que suelo tomar el té, justo después de que el sol me sea rotundo en la nuca. Me siento y miro el nosequé tan interesante de esta señora nueva que ahora escribe en mi diario, lo leo y lo releo; y la calma con la que la vida la pinta en las ventanas tan llenas de luz de abril.

Y luego esos ratos de taza vacía, donde me siento tan idiota sin té, que tengo que inventarme una tranquilidad de nubes y mar dónde dejarme caer.

A las veinticinco y pico todo está por ocurrir, es la mañana de todas las mañanas, y no hay Dios que lo justifique, ni mente altiva que se atreva a pronosticar, es el tobogán de todos los sucesos, la verdad de todas las vidas que me están por ocurrir, dónde yo aún me desconozco, y me pinto en las ventanas de otros.

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